La luz de diciembre en La Victoria (Venezuela.Edo.Aragua) era clara y azul. Ni una nube en ese cielo. Todo parecía nuevo, mi vestido, los zapatos, el Chevrolet convertible recién lavado, los perros acabados de cepillar, las bolsas del mercado con jamones, turrones y vino Sansón. Mi mamá bailando aguinaldos, bailando la Billo, bailando… sonriente y con las manos olorosas a frutas y al aliño para el pernil.
El árbol blanco, adornado con copos de algodón previamente asegurado a una lata de aceite con un poco de cemento blanco. No llegaban aún los pinos a mi pueblo. El nacimiento hecho de papel y escarcha, las tarjetas que traía un cartero viejo en bicicleta como única correspondencia importante del año, mis hermanas peleando conmigo por los deseos, como si los deseos fuesen posesiones.
La calle llena de niños con salta pericos, luces de bengalas, patines de cuatro ruedas, bulliciosos y con rolineras, los padres tomando whisky y hablando de política…el olor del whisky y la camisa nueva y almidonada de mi padre era señal indiscutible de que la navidad estaba ya en la casa y él mismo, sin sus ropas de trabajo, relajado y sonriente. Mi madre les brindaba a todas sus amigas Ponche Crema con hielo picadito ¡en unas copas tan lindas! …!!!yo quiero mama!!! yo quiero…mójate los labios sinvergüenza, las niñas no toman Ponche Crema… y mis labios cremosos me sabían a felicidad; todo era perfecto, la Virgen María pronto daría a luz, había esperanza en este mundo, San José la cuidaría y la burra y el buey no dejarían que el niño se muriera de frío.
Yo perseguía las estrellas adivinando cual era la estrella de Belén. El niño Jesús cumplía años ¡que maravilla! y él, en vez de esperar a que le regalaran, él nos regalaba a todos. Yo quería ser como el niño Jesús, tan chiquito y tan rico. Los tres reyes magos eran los únicos que estaban claros en esta vida porque ni José, pensaba yo. Si no hubiese sido por el ángel Gabriel la María tampoco se hubiese enterado que iba a ser madre, estaban un “algo” perdidos, pero bueno Jesús necesitaba a unos padres un poco ingenuos, aunque José con la edad que tenia era para que ya supiera que Dios era todopoderoso, ¡si hasta lo enseñaban en la escuela! aunque hay algunos que no se enteran nunca, por ejemplo: el “Gato” no sabe que es un viejito, el cree que es un niño que esta haciendo la Primera Comunión… en fin, quien sabe lo que pasa en la cabeza de las personas.
Yo si sabia que Dios era súper poderoso, el año pasado me había traído una moto, con motor y una llave para prenderla y a Rudy un carro de carreras rojo ultimo modelo, eso se llama poder porque en ninguna juguetería de La Victoria había ese modelo, el niño Jesús lo había traído quien sabe de donde y de que manera ¡vaya! que amor me tenia, yo también lo quería, aunque debo confesar que a la Virgen también le tenia cariño, tanto como al niño Jesús porque se me hacia una señorita buena y tranquila (como mi maestra Magaly) y es que la pobre María tubo ese problema tan grande de quedar embarazada del espíritu Santo en aquella época en que todos eran tan bestias, explicar un embarazo siempre era motivo de escándalo, yo veía como la Sra. Eufemia le decía a mi Mama: ¡Doña Olga! ¿Recuerda usted a la hija de…? pues quedo embarazada- acto seguido mi madre decía: yo lo veía venir- entonces yo me imaginaba a mi madre (como el angel Gabriel), sabiendo , de alguna mágica manera, como se embarazaban las jóvenes de mi pueblo; le achacaba esa sabiduría el que mi madre supiese manejar nuestro Peñamóvil, poner inyecciones y resolver casi cualquier problema (menos su angina, que esa si se la calmaban en el Seguro Social).
Era navidad, no había época mas bella en mi casa de La Victoria, el patio se llenaba de tarde, porque la tarde se engrandecía en navidad y yo no podía creer la belleza del atardecer visto desde la plaza del Cuartel Montilla. Las estrellas estaban impacientes y antes de que oscureciera ellas ya brillaban en el cielo, todo el pueblo olía a pintura, las casitas parecían acabadas de hacer, en las bicicletas del mandado se veían colgando las hojas para las hallacas, la casa se llenaba de los amigos de siempre cargados de regalos para mi madre y también llegaban uno que otro desconocido a quienes nos obligaban a pedirle la bendición, porque era navidad y porque había que perdonar, se abrazaban mis padres con esos desconocidos que después no volvían mas que en los funerales.
Mi tía Elena llegaba en su Maverick y me traía unos juguetes maravillosos, ella era tan guapa y tenia tanta clase que Caracas era mi tía y su elegancia, me encantaba, al igual que La Nene que era mi prima preferida. A veces llegaba mi tía Julia de pasada y siempre me impresionaba que mi madre y ella se parecieran tanto, la diferencia estribaba en sus colores, una era blanca pecosa (mi madre) y la otra era morena cobriza (mi tía), aunque las manos de mi tía Julia eran unos clones de las manos de mi madre, en fin, yo besaba esas manos llenas de harina pan, con el mismo amor, aunque mi tía Julia no me trajera juguetes porque tenia doce hijos y estaba difícil su navidad según mi madre que hacia una cesta con jamón, aceitunas, una botella de vino y otras cosas y se la daba a Julio (su sobrino preferido según ella).
No tardaba en llegar el Sr. Luis en su camión rojo, desprendiéndose de su sombrero gris y de las verduras para el sancocho del veinticinco, haciendo algarabía porque quería siempre confirmar que iríamos a cenar el veinticuatro con la familia Llanos Pérez a la calle Ribas Dávila en la casa donde yo nací y donde la navidad era la mas olorosa y risueña de su cuadra, además la Sra. Leonides preparaba el café con leche mas delicioso que yo había probado y eso a mi madre le daba unos celos furibundos.
Bernardo, quien era fiscal de transito, pasaba el mismo veinticuatro en mañana con un panetón, un abrazo y su pequeña hija con Síndrome de Down, muchachita que me gana en los partidos de perinola todas mis relucientes lochas.
El Sr. Martín venia rojo ya de tanto tomar canelita y Cara de Ratón (quien también tenia el cuerpo de roedor) era un fijo visitante con viandas de hallacas hechas por su mujer, a quien nunca conocí en persona, pero, ¡como me la comí en sus deliciosas hallacas y bollos!. Mi tía Fidelina nos invitaba con un dejo de autoridad, pues según ella, el niño Jesús llegaba en su árbol para nosotras también. A mi me encantaba Carmencita porque era muy simpática, Esperanza y Carolina, a Yolanda la veía menos pero también me caía muy bien, eran mis primas por parte de mi papá que vivían en la vieja Catia y a quien íbamos a visitar días después de la Pascua.
Las misas de aguinaldo era hermosas y llenas de fuegos artificiales, el mejor grupo de parrandas ganaba el primer lugar de excelencia y era excelencia pura, porque no les daban nada mas que la felicitación, pero ¡como uno luchaba para ganarse ese lugar! El Sr. Pablo siempre le jugaba una broma a mi madre y nos ponía a todos los niños a rascarle la espalda mientras el se echaba, ¡enorme!, en el porche, que la Sra. Encarna dejaba enceradito y limpiecito, El Sr. Miguel pasaba con su ligero paso y su delgadez extrema además de su color café guayoyo, por el frente de mi casa machete en mano, sacudiéndolo en el suelo y amenazando mi descalces; su liqui-liqui beis de kaki era legendario, además de sus alpargatas y su Cuatro mirandino.
Recuerdo que casi no podía dormir en esa época, eran tantas las emocion y tan bello era vivir que mi corazón casi se paralizaba, esa mezcla de magia y realidad que me daban mis padres, ahora reconozco, era la fortaleza más maravillosa que me estaban heredando. La navidad era el final y el inicio de la esperanza, acabábamos con todo un año de luchas y escasez para comenzar un año nuevo, que tal vez no cambiaba mucho, pero allí radicaba la magia, era único, estaba limpio, como las hojas de mi cuaderno, virgen. Sentir que se tiene una nueva oportunidad es milagroso y creer que podemos arreglarlo todo es una sensación indescriptible, mis padres me trasmitieron que el amor es nuestro bien mas preciado y que además lo generamos nosotros mismos, la vida es un regalo…la navidad estaba allí, para celebrar que Jesús era el mensajero de todo esto, ese niñito que cambio la historia de la humanidad para siempre.
Ha pasado mucho tiempo, ahora soy una mujer, mi madre ya tiene treinta y cuatro años que partió de este mundo, mi pueblo es otro pueblo y mi país otro país, vivo aquí donde se comen Romeritos, Bacalao y el niño Jesús no trae juguetes, los Reyes son los encargados, no se hacen parrandas sino posadas y a los aguinaldos se les llama elegantemente villancicos, todo es mas pausado y no conocen a la Billos, ni las hallacas ni al Pan de Jamón…son las tres de la mañana y hablando de Pan de Jamón, apenas estoy poniendo dos grandes panes en el horno, mi hermana esta haciendo hallacas en Iztapalapa de la sal, es víspera de navidad y no puedo dejar de cantar aguinaldos, bailar la Billo y esperar a que este año se acabe, que se lleve con él todo lo malo, todo lo áspero, todo lo solo y que venga ese año nuevo, generoso, prodigo, llenito de alegría, de amor, de salud para todos…voy a poner mi carta en mi arbolito porque ese niñito Jesús seguro viene hasta la Narvarte a sabiendas de que estoy yo por aquí, contabilizando este año para sacar lo mejor de el y dando gracias porque pudo ser peor y no lo fue.
Neiffe Peña
Ciudad de México 14 de diciembre del 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario