Sólo dos veces al año: el 21 de marzo y el 20 de septiembre, la duración del día es igual a la de la noche. Este evento, conocido como equinoccio de primavera o de otoño, ha tenido gran importancia para diferentes culturas y áreas de conocimiento, y a su vez, ha propiciado la creación de extravagantes mitos y ritos.Para los mayas, el equinoccio de primavera representaba una fecha en la que podían demostrar sus conocimientos de astronomía, matemáticas, cronología, geometría y religión. Es por eso que en la puesta del sol de cada 21 de marzo, en la Pirámide de Kukulká o castillo de Chichén Itza, se produce una proyección serpentina de siete triángulos de luz invertidos, como resultado de la sombra de las nueve plataformas del edificio.El equinoccio primaveral también deja su impronta en la iglesia del pueblo español San Juan de Ortega, ubicado en el camino de Santiago de Compostela. Allí se presencia la sabia acción de los constructores de templos de la Edad Media, que conjugaron arquitectura y astronomía hasta conseguir que ese fuera el único día del año en el que un rayo de sol ilumina plenamente el rostro de una Anunciación.
En la misma España también se especula sobre la presencia de brujas que se reúnen a bailar desnudas a la luz de la luna alrededor de una piedra ubicada en la Catedral de Segovia, llamada el Carro del Diablo. Lo más importante de esta fecha para los países ubicados en el hemisferio norte, es que marca el cambio de estación. Para muchos, en esta época aparecen romances, pasiones y enamoramientos que, según los especialistas, tiene una raíz en el florecimiento de la vegetación. Por otra parte, aparecen las alergias producidas por sustancias químicas presentes en el aire. En Venezuela, específicamente en el Avila existe una especie de gramínea que se conoce con el nombre de Capín Melao, que crece a pleno sol, y que además de resultar de alta peligrosidad por su fácil propagación del fuego, produce una ola de alergias en los caraqueños.